miércoles, 6 de junio de 2012

La madre suficientemente buena




LA MADRE SUFICIENTEMENTE BUENA

Platicando con nuestros hijos nos dimos cuenta que para ellos es difícil comprender que hubo una época donde las mujeres se casaban siendo casi unas niñas y por lo tanto dejaban de estudiar, de prepararse académicamente o de ingresar al mundo laboral. Es así porque, en otros tiempos, la vida de la mujer se definía por el matrimonio y la maternidad.
Ciertamente, el mundo de nuestras abuelas es diferente al mundo de la mujer de hoy.
La pregunta actual que muchas madres nos hacemos es: ¿podemos las mujeres aceptar el rol de la maternidad con tanta naturalidad como lo hacían ellas?
La práctica clínica continuamente nos demuestra que las mamás llegan al consultorio terriblemente angustiadas por ejercer el papel de la "madre perfecta", fantaseado desde una perspectiva que no tiene que ver con la realidad, con autoexigencias que son poco comprensibles y que ciertamente complican su desarrollo y convivencia familiar, pero, sobre todo, que le impiden gozar de la belleza natural que significa criar a cada hijo y disfrutar de ese amor incondicional que sólo los hijos son capaces de regalarnos.
En la actualidad, muchas mujeres se llenan de mil y un manuales sobre su papel de la crianza en los hijos (yo escribí uno junto con Mayela Moreno), se obsesionan con una teoría escrita y se olvidan de escucharse a sí mismas y de hacer caso a su intuición.
Ser madre significa revisar continuamente nuestro interior, reflexionar sobre nuestro mundo interno, vivirnos como madres, revivirnos como hijas. Se puede aprender mucho más de la propia experiencia infantil, es decir, de lo vivido y lo sentido en la infancia, para poder así entender a nuestros hijos, aunque, fundamentalmente cada uno de nosotros hemos aprendido cosas de vital importancia jugando "a la mamá" cuando éramos pequeñas. Así es, dentro de nosotros existe una niña que cargó en sus brazos a su muñeca, que la arrulló y la acurrucó en su regazo, que jugó a darle de comer, a bañarla, y a dormirla. Que la cuidó, del mismo modo que ella fue cuidada.
D.W. Winnicott, un prestigiado sicoanalista inglés, sostiene que no se necesita ser una madre muy culta, o llena de títulos, para hacerse cargo de su bebé, sino que se necesita ser una madre suficientemente buena.
Una madre suficientemente buena suena mucho mejor que una madre perfecta, porque cabe recordar que lo bueno es enemigo de lo perfecto. Para Winnicott una madre natural se refiere a la madre que se identifica con su bebé y, subsecuentemente, promueve su crecimiento y desarrollo integral como persona.
Es aquella que sabe amar de manera incondicional, "ama por lo que cada uno de sus hijos es, no por lo que desea que sean". Amar y criar implican reconocer y tolerar los defectos y cualidades de sus hijos, aceptando su derecho a ser diferentes o aprendiendo a tolerar que quizá tenga los rasgos que más le desagradan de sí misma.
Significa también saber acompañarlo en sus emociones positivas y negativas, y confortarlo; se lee sencillo, pareciera ser hasta trillado pero "amar tan sólo porque eres tú" es todo un arte que se construye en el día a día y que muy pocos padres llevan consigo.
Amar a los hijos implica amarlos por lo que "son", no por lo que "hacen".
Una madre suficientemente buena no confunde el amor con los excesos, los hijos esperan de nosotros límites, es más, los necesitan. Poner límites a los hijos significa ayudarlos a organizarse interiormente y a adaptarse al mundo en el que vivirán. La disciplina es el segundo regalo más importante que los padres pueden hacerle a su hijo, el amor siempre será el primero. La seguridad que un niño encuentra a través de la disciplina es fundamental, ya que sin ella no hay límites. Disciplinar es enseñar, no castigar. Hay "amores que matan", como todo aquel amor que lleva al sacrificio excesivo o el amor sobreprotector que ahoga a los hijos. Por ello, una madre suficientemente buena sabe poner disciplina lógica a sus hijos de forma consistente y predecible.
Una madre suficientemente buena tiene cuidado de sí misma y toma en cuenta sus necesidades. Es decir que no se explica a sí misma la maternidad como un acto de extremo sacrificio. Busca su desarrollo personal, familiar y con su pareja teniendo en cuenta que los hijos crecen y son dueños de su propia vida.
Por esto, es capaz de promover la independencia en sus hijos y en cada retorno recibirlos de manera confortante. Se siente orgullosa de cada uno de sus hijos, construye su autoestima, no ignora los triunfos de ellos ni tampoco los devalúa, mucho menos los destruye o los denigra con malos comentarios, palabras ofensivas e hirientes. Asimismo, reconoce los triunfos de sus hijos como suyos, no como triunfos personales.
Una madre suficientemente buena es capaz de calmar y apaciguar a sus hijos, de ponerles en palabras que en la vida uno "puede recuperarse" de los tropiezos y adversidades, y "disfrutar" de aquello que se tiene y que se logra. Nunca podremos evitar el sufrimiento a nuestros hijos, pero podremos estar ahí para consolarlos y enseñarles así a recuperarse y enfrentarse a la vida.
Una madre así nunca abandona, ni amenaza con abandonar a sus hijos cada vez que siente que ellos no son conforme sus deseos y necesidades.
Es capaz de creer en la bondad de sus hijos y de transmitirles confianza frente a la vida, reconoce sus capacidades, anhelos, sueños, y sabe que los hijos aprenden todo de nosotros pero que podemos ser también capaces de aprender de los hijos. Su mayor legado será que sus hijos sean amados por otros. Ayuda a sus hijos a reconocer y a manejar celos y rivalidades, y lo más importante, les enseña a sus hijos que su corazón es un multifamiliar en el que caben muchos otros corazones.
Por esto, para ejercer con naturalidad la maternidad, es importante definir qué es lo que esperamos: ¿esperamos ser mejores madres que.? ¡Nunca ser como...! Es decir, reconozcamos lo que esperamos de nosotras mismas como madres y de nuestros hijos hacia nosotros; a veces queremos que nuestros hijos nos salven de la soledad, del dolor, que nos ahorren trabajo, que nos mantengan lo suficientemente ocupadas para no voltear hacia nuestro interior, que se conviertan en personas que admiramos o que se conviertan en un reflejo de nosotras mismas. Muchas son las posibilidades, como muchas son las madres.
No hay madre perfecta y todas podemos tener estas expectativas, lo importante será entonces reconocerlas y no actuar en consecuencia imponiendo a nuestros hijos un rol definido. En resumen, una madre natural:
1. Define expectativas sobre cada uno de sus hijos: las reconoce y en la medida en que son más claras sabe estar con sus hijos.
2. Identifica metas propias y expectativas sobre sí misma: no se puede exigir y autorealizarse por lo que uno no es.
3. Acepta la retroalimentación de los otros, eso incluye la capacidad para saber disculparse cuando su comportamiento ha sido inapropiado.
Recapitulando, la maternidad es entonces una gran paradoja, permanecer cerca de los hijos para que entonces ellos puedan alejarse confiadamente hacia su propia vida.
Seguir su camino y poder decidir su propio deseo de ser madres y padres.